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15/09/2022

Quiénes cometen o intentan cometer un magnicidio, ¿Contra quiénes lo hacen y por qué? por María Belén Aramburu

La historia argentina registra intentos de magnicidio. ¿Hay un perfil? Los especialistas aseguran que no hay uno único.

Quiénes cometen o intentan cometer un magnicidio, ¿Contra quiénes lo hacen y por qué? por María Belén Aramburu

Varias veces me preguntan qué es un magnicidio, por lo cual, más allá de la explicación que doy, me remitiré a la Real Academia Española para su definición: "es el asesinato de una persona con un cargo importante, usualmente una figura política o religiosa".

En el caso que se investiga actualmente respecto de lo sucedido con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, hubo un intento de magnicidio. Un intento fallido de lo que podría haber sido una tragedia mayor, que hubiese culminado perpetrando la intención de Fernando Sabag Montiel, quien gatilló la pistola Bersa 32 apuntando directamente a la cabeza de la vicepresidenta. Brenda Uliarte, quien a través de sus mensajes admite la planificación del atentado, Agustina Díaz como confidente de la anterior por lo que conocía la mencionada planificación, siendo acusada de participar en la misma y encubrir el hecho, y Gabriel Carrizo, el último detenido hasta el momento, como posible encubridor del atentado.

La historia argentina registra intentos de magnicidio como cuando un hombre disparó varias veces contra Hipólito Yrigoyen en 1919, en momentos en que este iba en su automóvil. Julio Argentino Roca, cuando ingresaba al Congreso para pronunciar su discurso con motivo del inicio de sesiones ordinarias, en 1886, fue atacado con una piedra, cuestión que lo obligó a continuar con una venda y haciendo mención a este inesperado hecho, siendo el autor reconocido y detenido. A Domingo Faustino Sarmiento le hicieron una emboscada. Le dispararon en una oportunidad en que su auto frenó, sin siquiera advertir el atentado.

En el Museo Histórico Nacional se puede ver un dispositivo que data de 1841, y que muchos asemejan a “una máquina”, lista para disparar a quien lo abriera y que falló en el intento. Supuestamente se trataba de una caja llena de medallas que tenía como destinatario a Juan Manuel de Rosas, pero que fue abierta por su hija Manuelita. Juan Domingo Perón sufrió varios atentados contra su vida, el primero de ellos en 1953, en un acto de la CGT en Plaza de Mayo, y Raúl Alfonsín, más cercano en el tiempo, tres, siendo el último de ellos en San Nicolás, en la provincia de Buenos Aires, cuando Ismael Darío Abdalá le disparó con un revólver en oportunidad de uno de los tantos actos de campaña que por entonces realizaba, tras lo cual los miembros de su custodia tiraron al piso a Alfonsín, cubriéndolo para protegerlo. El ex presidente ni cuenta se había dado. Y hubo otros también. A José Figueroa Alcorta, a Victorino de la Plaza, a Manuel Quintana.

Se dice del magnicida, que “suele tener una motivación política o ideológica y la intención de provocar una crisis política o eliminar un adversario que considera un obstáculo para llevar a cabo sus planes”. Quien atentó contra Julio Argentino Roca, intentando quitarle la vida, era un militante liberal. En su defensa refirió a una “situación política insoportable” y se presentó como quien debía “salvar la patria”. En el caso de Juan Manuel de Rosas, el envío de una caja con supuestas medallas, provenía de los unitarios, en pleno enfrentamiento entre estos y los federales.

En la investigación que se sigue por el intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Kirchner, entre los mensajes que se envían Brenda Uliarte y su amiga Agustina Díaz el 27 de agosto, día en que hubo un primer intento fallido de asesinato, se lee “mandé un tipo para que la mate a Cris”, “hoy me convierto en San Martín, voy a mandar a matar a Cristina...”, alegando que había mandado a alguien para cometer el asesinato y afirmando que no se pudo concretar porque la vicepresidenta “se metió adentro” y hasta  en representación de supuestos otros cuando decía que "quién no va a querer meterle un tiro a esa vieja chorra...” Y el 2 de septiembre, un día después de otro intento fallido, pero esta vez con el arma apuntando a la cabeza de Cristina Kirchner, con temor al hallazgo del celular de Uliarte en un allanamiento y la sorpresa por el disparo que no fue, Díaz le preguntó a su amiga: “che, pero qué onda que falló el tiro”, “¿no practicó antes o le falló la adrenalina del momento?”, en el marco de una supuesta estrecha connivencia entre ambas y el desprecio por la vida ajena que es la de la víctima del disparo que no salió.

Se percibe, de lo que se desprende de la investigación, que existió la firme intención de asesinar a la vicepresidenta, de una planificación, del estudio de los movimientos de Cristina Kirchner en derredor de su departamento de Uruguay y Juncal que la hicieron una presa fácil sumada a la inoperancia de quienes debían custodiarla, de un odio manifiesto por diferencias políticas e ideológicas contra el gobierno y el deseo expreso de aniquilar a quien se ve como un obstáculo para sus intereses contrapuestos con los de la víctima, haciéndose también eco de supuestos aliados en esta misión interpretada como heroica por los victimarios. El ejercicio de una extrema brutalidad para “salvarse” a sí mismos y “salvar” a los demás de lo que su oponente representa, en este caso, la vicepresidenta.

¿Hay un perfil del magnicida? Los especialistas aseguran que no hay un único perfil, aunque, lo que tienen en común es que creen cumplir con una misión por la que se arriesgan, una misión que les es propia pero que también la llevan a cabo en nombre de otros y/o supuestos otros. El asesino de Trotsky estaba entrenado para matar y cumplía las órdenes de Stalin. Y si de consecuencias se trata, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, el 28 de julio de 1914, derivó en la Primera Guerra Mundial. Quien lo perpetró fue un miembro del grupo nacionalista serbio Mano Negra, Gravilo Princip y el emperador austrohúngaro, Francisco José I, decidió declarar la guerra en contra de Serbia. Los hay también fanáticos religiosos, como los asesinos de Sadat y Rabin. El presidente egipcio Mohamed Anwar El Sadat, quien había firmado los acuerdos de Camp David con Israel, fue asesinado a tiros por miembros de la Jihad Islámica. A Isaac Rabin le disparó un fanático judío luego de haber brindado un discurso en una manifestación por la paz en Tel Aviv. En 1994 había recibido el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos por lograr la paz que culminó en los Acuerdos de Oslo.

Los victimarios demuestran una venganza por mano propia per se y/o por otros. Hay quienes actúan en forma individual y quienes lo hacen junto con otros, a manera de complot, pero siempre con un objetivo que, una vez establecido por ellos mismos, los erige, en su estructura psíquica, como salvadores y defensores de ideales por los que ellos también arriesgan su vida, buscando, en su mayoría, eternizar, como héroes, sus nombres en la historia.

Terminaré con las sabias palabras de Mahatma Ghandi, líder espiritual y político de la India, asesinado por un hombre que se acercó a él, le disparó tres balas en el pecho un 30 de enero de 1948. El homicida era un radical hindú, seguidor del partido ultraderechista Mashabha, que acusaba a Ghandi de haber permitido la secesión de Pakistán y el debilitamiento del gobierno indio haciendo concesiones a los musulmanes. En una oportunidad, “el predicador de la paz”, reflexionó: “Uno puede estar dispuesto a usar secretamente la violencia contra un hombre que tiene poder, pero acobardarse en su presencia. La violencia puede exigir cierto valor físico, pero no tiene valor moral. Y puede implicar que uno puede temer a su adversario, pero no a la muerte misma. Para mí, la no violencia, en cambio, requiere mucho más valor que el manejo de la espada”. Sabias palabras.

María Belén Aramburu 

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