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08/09/2022

Paz en lugar de odio, por María Belén Aramburu

No hay un clima propicio para el diálogo en estos momentos. El oficialismo lo asume como informal, al no poder concretarlo por la vía institucional, y la oposición lo relaciona con una intencionalidad política, por lo que se resiste a una cita formal en el ámbito parlamentario. La palabra odio se instaló como un latiguillo entre los políticos de todos los partidos.

Paz en lugar de odio, por María Belén Aramburu

Menciono la paz en lugar del odio, sin referirme siquiera al Amor, no sea cosa que resulte más ambicioso todavía, aunque no inalcanzable. Según la metafísica, el amor y el odio, serían dos grados del mismo concepto como el frío y el calor ubicados en los extremos y, lo que se opondría al amor sería el temor.

Escuché y leí la palabra odio cientos de veces en estos últimos días. Y lo lamento muchísimo. Porque, más allá de que esta palabra esté en el diccionario, no debiese estar en el corazón de nadie, trascendiendo las emociones y sentimientos que pueden ser dirigidos, no controlados, ahora se dice gestionados, pero me suena más a una empresa, por cualquier ser humano que pueda usar su raciocinio con normalidad. No nos hace bien como individuos ni como sociedad centrarnos en el odio que, y ahora sí me remito al diccionario, es el “sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia“ o “aversión o repugnancia hacia una cosa que provoca su rechazo”.

El discurso basado en el odio tiene su raíz en lo que a la propia definición se refiere. No tiene un fundamento en una opinión diferente a la de otro en el ámbito más individual, o a la existencia de una oposición en términos de una república que funciona correctamente en un sistema democrático. Es un sentimiento o una aversión tal como comprende su definición.

El atentado contra la vicepresidenta es para repudiar. Fue un intento de magnicidio. Gravísimo. Y pone además de relieve la vulnerabilidad a la que estuvo expuesta una funcionaria gubernamental, una vicepresidenta de la Nación, llegando a su domicilio particular, más allá de la cantidad de gente que ha estado y está en sus alrededores hace algunos días, desde que el fiscal Diego Luciani pidió sea condenada a 12 años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos. Siendo este un tema que se encuentra bajo la órbita judicial, queda en este ámbito. Pero si se politiza, toma otros ribetes. La investigación judicial sobre el atentado a Cristina Fernández de Kirchner está encontrando culpables y nexos con este aberrante hecho.

No hay un clima propicio para el diálogo en estos momentos. El oficialismo lo asume como informal, al no poder concretarlo por la vía institucional, y la oposición lo relaciona con una intencionalidad política, por lo que se resiste a una cita formal en el ámbito parlamentario. La palabra odio se instaló como un latiguillo entre los políticos de todos los partidos.

Hasta el presidente Alberto Fernández hizo referencia al odio y lo vinculó con algunos medios de comunicación y la oposición. La transmisión a través de los medios de comunicación de los hechos, forma parte del mundo fáctico. La información es información. La adjetivación y la calificación que se hace sobre los hechos, es otra cuestión. Pero la información es a lo que toda la población debe tener acceso. Pero esto se vincula a su vez con otras cuestiones, como lo son la forma y el fondo de las expresiones que se emiten.

Las formas tienen que ver con el fondo. Como se dicen las cosas tiene su correlato en el fondo de la cuestión que se trata y viceversa. No se encuentran escindidas. Pensar diferente es lógico y constructivo a la vez. No se puede tener un pensamiento único para todos, es impensable. Y escuchar al otro activamente, con atención, es un acto de madurez, entre otros. Pero si cada uno se queda enfrascado en lo que piensa, y en base a ese pensamiento, tiene un diálogo interno de debate permanente con quien piensa distinto, no lo escucha, porque está escuchando su propia voz que está debatiendo con la voz que le viene de afuera. Pasa en encuentros con amigos, con conocidos y desconocidos. Pasa con los políticos, pero ellos, sabemos, tienen su propio discurso y no se mueven de lo que es la defensa de sus ideas y/o ideologías, para lo cual están bien entrenados.

El periodismo independiente es parte de la estabilidad y buen funcionamiento de las instituciones. Es crítico, obviamente, cuando así lo considera y prueba. Pero también elogia actos de gobierno y de individuos cuando así lo amerita. Menos que menos se puede pretender que exista un pensamiento único para todos, sea de la tendencia política o ideológica que fuese, desde los medios de comunicación. Además sería una falta de respeto a la inteligencia del público, que hoy por hoy cuenta con un gran caudal de información, de la fiable y de la que no lo es, por lo que la constatación de los hechos debiese provenir de quienes tienen acceso directo a las fuentes que, a su vez, sean confiables, que son aquellas a las que acceden los periodistas en el ejercicio de su profesión.

Si se respeta al otro en sus similitudes y diferencias no hay odio. ¿En qué lugar se pone aquel que cree que es el dueño de la razón absoluta? ¿En qué lugar se posiciona para afirmar tal o cual hecho? Y podría continuar con un sinfín de preguntas... Y ustedes también.

Desde el odio se destruye. A quien lo siente y lo emite, además de al destinatario. Buscando en el diccionario la definición de paz, me encuentro con las palabras guerra y lucha como contraposición a su significado: “situación o estado en que no hay guerra ni luchas entre dos o más partes enfrentadas” y “acuerdo para poner fin a una guerra”.

Recuerdo cuando Madre Teresa de Calcuta, quien recibió, en 1979, el Premio Nobel de la Paz, dijo que no la llamaran para marchar contra la guerra, sino que la convocasen cuando se marchara “por la paz”. Y recalcó algo más importante aún: “es cuestión de no luchar por un mundo en paz, sino que cada uno de nosotros seamos conscientes de nuestra gran responsabilidad de trabajarnos para sentir la paz adentro de nosotros y así infundirla, transmitirla, contagiarla a todos los que no rodean”. ¿Será mucho pedir? ¿Tan difícil es escuchar al que piensa diferente? Esto nos haría al menos reflexionar, cambiar de opinión o fortalecer aún más la nuestra. Pero siempre con respeto. El respeto que se enseña en la casa de cada uno con palabra y ejemplo, y el que muestran o deberían mostrar como aleccionadores, los que ejercen cargos públicos. Creo que es más fácil de lo que muchos piensan. Es un ejercicio, un hábito. Y si cada uno lo hace, nos trataremos mejor, más respetuosamente, como todos nos merecemos.

Mi pretensión es que esta intención no quede, de modo alguno, impresa en una editorial, sino más bien, sea puesta en práctica. Todo cambiaría para mejor. De eso estoy segura.

María Belén Aramburu

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