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03/03/2022

La guerra es inadmisible e inaceptable, por María Belén Aramburu

Las vías diplomáticas aparecen livianas cuando debiesen ser y haber sido el único recurso para solucionar el conflicto.

La guerra es inadmisible e inaceptable, por María Belén Aramburu

La guerra es inaceptable, desde cualquier lugar desde el cual se la observe, se la analice. Y muchísimo más si se la vive, si se la transita, si se debe combatir voluntaria o forzosamente, si se debe huir, dejar atrás historia, pasado, presente y futuro, familiares.  

Las consecuencias de la guerra son por todos conocidas. Ya me referí a esto en mi editorial anterior de Hace Instantes. Pero nunca comprendidas hasta que se comparte el dolor de las víctimas. Estremece verlas, escucharlas, sentirlas.

La invasión a Ucrania por parte de Rusia parece no tener fin. No hay arribo de culminación cuando las negociaciones son inconducentes y hasta pareciesen una excusa para dilatar los propósitos que la guerra  impuso a propios y ajenos.

Las vías diplomáticas aparecen livianas cuando debiesen ser y haber sido el único recurso para solucionar el conflicto. Un conflicto cuya provocación tendería a quedarse con todo lo que arrasa a su paso en territorio ucraniano, con la intención de Rusia de proclamarse vencedora de un enfrentamiento bélico que, en los momentos actuales, de alto desarrollo tecnológico, se presenta como una guerra de trincheras, como las que se han visto por doquier alzadas en Ucrania. Hasta las tácticas de guerrillas contra las fuerzas militares rusas son empleadas por el pueblo ucraniano llamado a “ofrecer una resistencia popular absoluta hacia el enemigo de los territorios ocupados” en palabras del asesor presidencial ucraniano Oleksiy Arestovich, alentando a atacar “el punto débil del ejército ruso” que es “la retaguardia”.

La otra cara de las trincheras es la amenaza de una guerra nuclear. Basta haber sido las palabras pronunciadas por el canciller ruso para que el mundo se percate de su debilidad y vulnerabilidad ante semejante potencial. Asegurando que el presidente norteamericano, Joe Biden, sabe que la única alternativa a las sanciones contra Rusia es una Tercera Guerra Mundial y que sería “una guerra nuclear devastadora”, Serguei Lavrov aseguró que su país estaba “listo” para afrontar las sanciones, que, impuestas por los Estados Unidos y la Unión Europea, buscan aislar a Vladímir Putin.
El mundo se ha puesto de pie para aplicar sanciones, dejando a Rusia fuera del mercado financiero y del circuito comercial internacional. El aislamiento provocado a ese país por su responsabilidad en la invasión a Ucrania, al igual que, desde el punto de vista judicial, con la intervención de la Corte Penal Internacional por los crímenes de guerra que se hubiesen cometido, pone el foco en el repudio de una guerra que, en palabras del primer mandatario ucraniano, Volodimir Zelenski, pretende querer “borrar” a su país y a su historia.

No hay siquiera un cese del fuego mientras los ataques de los rusos continúan y Kiev es asediada por el constante bombardeo. El pueblo ucraniano, lejos de rendirse, multiplica sus esfuerzos mientras Rusia sigue avanzando sobre objetivos civiles. Sólo hay por el momento un acuerdo de “cese del fuego temporal” para abrir corredores humanitarios anunciado por Ucrania.

La pérdida de vidas humanas, los heridos, el dolor de las separaciones familiares, se suma al shock ocasionado por el trauma psicológico, un trauma experimentado a nivel mundial. Luego de la pandemia, el encierro, el acecho de un virus que continúa, menguado por la aparición de múltiples vacunas, se añade la guerra y el miedo a que la humanidad se vea inmersa en una Tercera Guerra Mundial. Nada que parezca lejano lo es. La cercanía la da la amenaza de una guerra nuclear al acecho y hasta hace poco verbalizada por los funcionarios del gobierno de Putin.
El periodista ruso, Dmitri Murátov, premio Nobel de la Paz 2021, pidió “un alto el fuego incondicional y una tregua”, afirmando que “existe una amenaza real de una guerra nuclear”.

Todos sufriremos las consecuencias de la guerra. La Unión Europea protegerá a todos los que huyen de Ucrania. Con un millón de personas que han logrado salir de su país, el status de “refugiado” para los ucranianos no pasará por trámites burocráticos como los de rigor que rigen para los que tienen la intención de establecerse en Europa. Las razones humanitarias serán las que primarán sobre cualquier otra. Pero nadie quedará ajeno a la penuria que el conflicto bélico traerá aparejado. De una u otra forma nos llegarán con las ondas expansivas, las esquirlas del temor permanente de la destrucción que puede ocurrir, de la muerte que merodea al más fuerte y al más débil por igual, poniéndonos a todos en un plano de igualdad ante el desastre, manejado por los más poderosos y temibles.

Mientras Putin continúa la exigencia de la “desmilitarización” y ”desnazificación” de Ucrania, las negociaciones entre ambos países en Bielorrusia se tiñen de incertidumbre.

El presidente francés, Emmanuel Macron, la ex canciller alemana, Angela Merkel, hasta el Papa Francisco en sus intentos de mediación, no son solo más que puntas que tratan de generar vínculos en un diálogo inexistente e infructuoso.

“Tengo que hablar con Putin, pues es el único modo de frenar esta guerra”, se le escucha decir a Zelenski. Algo que por el momento está pareciendo improbable pero de suceder, debiese haber sucedido antes del inicio de una invasión. Resulta aparentemente fácil golpear para después sentarse a negociar con el más débil que, por su parte, queda más debilitado. Las sanciones impuestas al invasor lo debilitan económica, financiera y políticamente, pero principalmente tienen por objetivo frenar sus aspiraciones expansionistas.

La guerra es inadmisible e inaceptable.

María Belén Aramburu

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