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23/08/2019

El otro no es un enemigo, por María Belén Aramburu

Te invito a preguntarte quién es el otro.

El otro no es un enemigo, por María Belén Aramburu

El otro no es un enemigo.


Otro es un término utilizado en filosofía, sociología, psicología, antropología, principalmente entre otros ámbitos científicos.

Freud se refiere al otro como todo lo que no es Yo. La madre aparece para Freud como el primer otro.

Para Lacan el otro es el prójimo y todo el conjunto de sujetos que constituyen a la cultura y a la sociedad. Partiendo de este último concepto es que desde el otro el sujeto posee un lenguaje y es desde el otro que el sujeto piensa. Lo hace a partir de lo que recibe por alienación, por el código de la lengua desde el otro. Fíjense que para Lacan se cae en una falacia si se cree que el otro le va a poder satisfacer y dar respuestas de todo lo que necesite sólo por recibir desde él los significantes. Para Lacan, igual que para Freud, el primer sujeto representante del otro es su madre.
 
Para el filósofo Hegel, la introducción del otro para el autoconocimiento, lleva al sentimiento de alienación, intentando resolverla mediante la síntesis cuando se perciben las diferencias entre tú y el otro. 

Para muchas religiones el otro es el prójimo, el próximo.
 
Y así podríamos brindar conceptos desde una disciplina u otra, un autor u otro, sobre lo que el otro es.
 
En términos generales se define al otro como parte de lo que explica a uno mismo y a otras unidades culturales.

En casos más extremos de diferenciación y negatividad el otro es objeto de exterminio como lo concibe el nazismo en su experiencia totalitaria o cualquier terrorismo de estado entre sus más duras expresiones.

Te invito a preguntarte quién es el otro.
 
Aclarado este punto tendrás una mejor perspectiva para verlo, reconocerlo, escucharlo, relacionarte, comprenderlo, empatizar con él y demás. También podrías llegar a la polaridad negativa en estas cuestiones. Todo depende de cómo sea tu mirada sobre el otro. Hasta quizás lo puedas ver como un espejo de lo que sos o de tus creencias.

Lo cierto es que el reconocimiento de la existencia de un otro permite a la persona asumir su identidad. Se lo ve como algo externo, con autonomía, pero que también puede influir, afectar o alterar la individualidad del que considera la otredad.

El otro está fuera de uno pero puede ser semejante o diferente de uno, en cuanto a su personalidad, roles, cultura, forma de pensar, etc. 
 
En su esencia es que podemos decir que somos todos seres espirituales viviendo una experiencia humana. Esto es más profundo aún y nos une con un lazo común y más fuerte. Considérenlo de resultarles provechoso. Eso sí, cada uno elige en base a su libre albedrío cuál versión de sí mismo va a expresar. Y cada causa trae su consecuencia.
 
Mucho, hasta el hartazgo, se ha hablado y, lamentablemente experimentado las diferencias en nuestro país, en base a la llamada grieta. Es una polarización que no sólo y principalmente se vive desde la política, sino que la división ha ensombrecido distintas facetas de nuestra sociedad.
 
El otro como el que piensa distinto es visto como un enemigo.
 
Al otro que no encaja en los preconceptos, prejuicios, modos de ver una situación, es desvalorizado y hasta negado en su existencia, porque para algunos, su mero existir hasta debiese resultar descartado.
 
Rescato como lo he hecho en otras oportunidades, el valor del pensamiento crítico. Rescato el valor de escuchar al otro que piensa diferente. Principalmente éste con sus ideas me enriquece. Rescato la pluralidad en los medios de comunicación, para que todas las ideas puedan ser expresadas y escuchadas y hasta debatidas con argumentos sustentables.
 

Rescato el respeto por el otro.
 

Un querido colega me confirmaba que él sólo quiere escuchar y de hecho escucha a quien piensa igual que él. “Tengo ese vicio que vos decís”, compartió conmigo en una charla informal cuando yo me ocupaba de destacar el pensamiento crítico como aquel abarcativo de todas las ideas.
 
Y así sucede muchas veces en las conversaciones en familia, entre amigos, entre colegas, y con otros, cuando hay temas sobre los cuales no se puede producir un intercambio fructífero sin caer en una discusión inconducente. A mi modo de ver lamentable.

Para poder pensar, sentir y vivir una Nación, que es muy superior a un Estado porque lo trasciende, debemos terminar con la llamada grieta, más allá de nuestras diferencias.
 
Que los dirigentes políticos se reúnan, dialoguen y concuerden habla de madurez. Madurez de las personas, de las instituciones y de la sociedad en pos de lograr el tan mentado aunque no practicado bien común. 

 

Por María Belén Aramburu

 

 

 

 

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