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25/07/2019

Cuando el poder se distancia de la gente, por María Belén Aramburu

Cuando el poder en sí mismo es la meta todo falla.

Cuando el poder se distancia de la gente, por María Belén Aramburu
Cuando me refiero al poder que aparece distante de la gente, no hago foco en nadie en particular. Lo que pretendo señalar es la lejanía que, desde el ejercicio del poder, se produce al encerrarse entre las paredes del entorno más próximo y, hasta a veces adulador, creyendo que existe un yo y un ustedes, sin que todos formemos parte de un todo.
 
Es así como aquellos que desde el poder deben velar por los intereses del pueblo en vistas a lograr el bien común, se pueden perder en un sendero que parte de ellos para sólo conducirlos a ellos mismos, brindando mensajes disociados de la realidad e incomprensibles para el resto, salvo para sus allegados también enclavados en el poder en sus distintas jerarquías.
 
Rescato en este sentido, como he mencionado en otras oportunidades, el buen funcionamiento de un poder republicano en un estado democrático, con el control que cada poder ejerce sobre el resto.
 
El contralor debe darse también a través de la gente, quien, por medio de su voto instala a uno u otro en un cargo electivo. Las listas de legisladores debiesen ser conocidas con más minuciosidad más allá de los primeros lugares asignados, de tal modo que el efecto de sábana y su longitud, no desenvuelva sorpresas al compás de su llegada al poder.
 
El real poder está en nosotros, en cada uno de nosotros con los derechos cívicos a pleno que, haciéndolo valer, haría temblar hasta al más avezado candidato.
 
Los partidos políticos pueden reestructurarse al nivel de la demanda de la población. Son espacios de formación, de estudio, de conformación de grupos de trabajo en distintas áreas, de instalación de lo que serían futuros gabinetes de llegar al poder, aceitados en un dinamismo que debiese presentarse sólido tanto para gobernar como para atravesar tormentas.
 
La formación de líderes resulta ser una de sus tareas indispensables. Sobre el tema del liderazgo haré mención en el desarrollo de otro párrafo.
 
Sólos, o en alianzas, los partidos deben ser lo suficientemente fuertes como para generar vínculos de representación ciudadana. No sirve ser solamente atractivos para atraer votos. Deben establecer propuestas programáticas para solucionar los problemas de la gente. Difícilmente puedan hacerlo si cierran sus fronteras en sus propias encuestas. Encuestas que sólo miden intención de voto. Encuestas que buscan posicionarse lo mejor posible respecto de su adversario.
 
Las encuestas debiesen mostrar las preocupaciones de la gente. Pero no como método de capacitación del voto. Entendiendo que éste es necesario para llegar al poder pero que, es el poder el mismo que permite brindar soluciones y ser asertivos en las respuestas a dar, las preguntas debiesen orientarse a conocer las verdaderas necesidades de la población para trazar una agenda de prioridades en los temas de relevancia. Cuáles son los problemas comunes a la mayoría. Qué hacen o qué van a hacer si llegasen al poder. Y allí, el poder de los votantes, debiese estar presente. Porque cada voto vale. Mi voto vale y mucho. Y el tuyo también. Y el de cada uno de nosotros. El poder debiese sentir esa presión.
 
Es que el poder, desde el punto de vista psicológico implica ejercer el control sobre los demás para conseguir algo de ellos.
 
Quizás lo más significativo sea que el poder no sólo cambia a la gente como comúnmente se dice y se sabe, sino que la revela, o sea que la descubre, la desnuda, apareciendo como una ampliación de su personalidad. Cuando aquel que detenta el poder trata de conseguir sus propios objetivos olvidándose de los ajenos, convierte su accionar en egoísta y antitético de ser negativos.
 
Así es como, si el poder amplifica rasgos de la personalidad, en el liderazgo ético también vemos cómo aquellos que son positivos, se acrecientan para hacerlos visibles. Esto quiere decir que, existiendo una íntima relación entre la personalidad y el estilo de liderazgo, quien ejerce el poder, desde cualquier cargo que lo haga, sólo le pone una vestimenta a lo que ya era y sigue siendo.
 
Basta observar el comportamiento individual de quien ha obtenido un ascenso en cualquier trabajo, por más pequeño que este ascenso represente en la escala, para ver cómo actúa en favor o en desmedro del resto de sus compañeros. Con sus alas volando un poquito más alto, su inseguridad marcará su tendencia a aplastar a los que son más talentosos que ellos, y no faltará poco tiempo para verlos caer sobre el piso con todo el peso de su poder perdido.
 
Porque el liderazgo tiene un basamento sólido. A partir de una personalidad de rasgos positivos se construye paso a paso generando el respeto hacia el otro y viceversa, que es lo único que puede volver cuando de ello se parte.
 
Cuando el poder en sí mismo es la meta todo falla. Es como el derrumbe de una montaña cuando la cúspide se desmorona y la avalancha deja tapada de lodo y piedras su base.
 
Cuando el poder se aleja de la gente sólo se mira a sí mismo, en su propio espejo.
 
Advertir a los que detentan o pueden llegar a detentar el poder sobre su probable desmoronamiento es salvarlos y salvarnos del derrumbe.
 
 
 
Por María Belén Aramburu
 
 
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