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16/04/2020

La deuda, antes y después del coronavirus, por María Belén Aramburu

La diferencia es que el contexto actual es peor que el anterior

La deuda, antes y después del coronavirus, por María Belén Aramburu

¿Qué diferencia hay entre la deuda antes del coronavirus y después de la pandemia?
 
La deuda es preexistente a la pandemia. Pero el mundo, no sólo la Argentina, cambió.
 
Se modificaron las circunstancias económica-financieras de todos los países, viéndose por demás afectados los desarrollados que también son parte del directorio y de las decisiones que asuma el Fondo Monetario Internacional, organismo al que le debemos US$44.000 millones.
 
El Papa Francisco, con excelente relación con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, y con Angela Merkel, la líder más poderosa de Europa y de las más fuertes del mundo, advirtió en una solitaria misa del Domingo de Pascua en el Vaticano, cuando la presencia de los fieles estaba vedada por los posibles contactos, pero no así los oídos del mundo para escuchar su mensaje, se refirió puntualmente a la reducción e incluso condonación de la deuda “que pesa en los presupuestos de los países más pobres”.
 
Antes de la aparición del Covid19, y en pleno acomodamiento del gobierno nacional en la administración a la cual había llegado hace poco, el Ministro de Economía, Martín Guzmán había participado de un seminario sobre temas relacionados con la deuda junto a la titular del FMI cuando se estaban estudiando probables hipótesis de negociación con los acreedores, entre ellos, el organismo financiero internacional.
 
Era el mes de febrero y desde el Ministerio de Economía se estaba evaluando una propuesta con quita de capitales e intereses para ser presentada, se dijo, a fines de marzo. Para muchos la fecha parecía tardía y enfrentaban al gobierno por la falta de presentación de un plan económico, con el afán de reactivar la alicaída economía y poner en marcha el sistema productivo. Fue el momento en que también se obtuvo un consenso unánime para la sanción de una ley de emergencia económica que, entre otros puntos, le dio pleno respaldo a Guzmán para negociar la deuda en un contexto más que complicado. La ley, entre otros puntos en cuestión, había suspendido la ley de movilidad jubilatoria vigente y a jubilados y pensionados se los compensó con un bono y el otorgamiento de un aumento escalonado.
 
En medio de la negociación de la deuda que no pudo concretarse, la provincia de Buenos Aires con la propuesta de postergación del pago de parte de la deuda que contaba con vencimientos urgentes a cumplir y que, con la amenaza de un default, finalmente fue resuelta, pero que resonaba como una muestra del panorama nacional, más allá de tratarse de un distrito, apareció el Covid19 como un virus desconocido, con fortísimo poder expansivo de contagio, mostrando una letalidad que fue incrementando.
 
Con la declaración de la pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud y de la llamada “cuarentena” que implicó el aislamiento social, preventivo y obligatorio en la Argentina y antes, en la mayor parte del resto del mundo, la economía a nivel global alcanzó picos mínimos históricos.
La complicada y deteriorada economía argentina quedó inmersa en un mundo que mostró todas sus fisuras y pidió auxilio a un Estado protector que, como en el caso doméstico, ya presentaba un déficit fiscal con casi nulas posibilidades de aumento del gasto público al que se debió acudir para ayudar a los más vulnerables y a los que cayeron en esa franja producto del cierre forzoso de varios sectores de la economía.
 
Hoy se hará el anuncio formal de la presentación de nuestro país a los acreedores tenedores de bonos de la deuda argentina. Lo hará el propio presidente Alberto Fernández junto con el Ministro de Economía, su Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero además de otros miembros de su gabinete y dirigentes políticos  y, principalmente, acompañado de los gobernadores, ya sea en forma presencial o virtual, pero, desde ya, contando con su apoyo que enviará un mensaje unificado al mercado financiero nacional e internacional.
 
El discurso será pronunciado por un hombre que, frente al embate de combatir una pandemia y aislar a la población del virus, se ha visto fortalecido en la opinión pública y las encuestas lo marcan ampliamente favorecido en el ámbito político.
 
La semejanza con la negociación de la deuda antes de la aparición del Covid19 es que la economía ya mostraba sus propios agujeros por los que se colaban los dólares necesarios para el pago de los bonos y los pesos que debían sostener más a la economía local que a hacer frente a la deuda con los acreedores. Ya entonces se pedía quita de capital e intereses y postergación en el tiempo del pago de la deuda.
 
La diferencia es que el contexto actual es peor que el anterior. La pandemia agravó la situación económica que pugna por estirar sus brazos más allá del obligado confinamiento a la que se la somete ante la gravedad de una amenaza contra la salud. Con un riesgo país más alto y la asfixia que presenta el estrangulamiento financiero, la amenaza de un default está latente, más allá de que varios economistas sostengan que técnicamente estaría declarado. Lo implícito y lo explícito marcan una diferencia.
 
El discurso del presidente Alberto Fernández tendría un contenido político sobre el endeudamiento y sus derivaciones en casos de países como el nuestro, nunca tan duro que nos aleje del mercado financiero internacional al que necesitamos, ni tan blando que no permita entender la gravedad extrema de una situación que derivará en una dura presentación que ya habría sido analizada, entre otros, por al menos 10 fondos de inversión.
 
La insostenibilidad de la deuda, tal como se argumentó incluso antes del coronavirus sería otro motivo de contemplación a considerarse a la hora de la presentación de una propuesta que será feroz en cuanto a la quita de capital e intereses, a quienes consulté estimaron en un 50% los más moderados y hasta un 70% los menos conservadores en sus estimaciones, además de una postergación de los pagos para 4 años más al menos.  El mensaje conllevaría a su aceptación o a la nada misma. El default siempre aparece como el fantasma indeseado en estas circunstancias.

 

Por María Belén Aramburu

 

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