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24/03/2020

El mundo cambió. Mi mundo cambió, por María Belén Aramburu

Este aislamiento permite conectarnos, en primer lugar con nosotros mismos.

El mundo cambió. Mi mundo cambió, por María Belén Aramburu

La semana pasada escribí para @Haceinstantes una editorial titulada “Me cuido y te cuido” en la que daba cuenta de la importancia de mantener la distancia social y la responsabilidad individual y social relacionada con el coronavirus para preservar la propia salud, la del entorno más próximo como la familia y la del resto de la comunidad. Todavía no había entrado en vigencia el decreto gubernamental pero ya se estaban tomando medidas además de las que cada uno adoptaba responsablemente.
 
El mundo cambió de un día para el otro y a veces resulta difícil adaptarse a las modificaciones impuestas por algo que por el momento es más desconocido que conocido.
 
Mi mundo y el tuyo también cambiaron al compás del coronavirus. Nuestros hábitos acompañan medidas que los gobiernos de distintas partes de nuestro planeta adoptan para evitar el contagio de un virus que se propaga cada vez con más fuerza y rapidez y no da tregua.

En nuestro país estuvimos advertidos a tiempo. En época veraniega y con un otoño benigno para combatirlo, las altas temperaturas aparecen como aliadas de lo que se puede atajar. Tenemos, además, la experiencia de otros países.
 
No es tan complicado lo que se nos pide. Quedarnos en casa.
 
¿Cuántas veces habrás pensado qué ganas te daban de quedarte en tu casa y no podías? Que tenías tal o cual cosa pendiente para hacer, incluso descansar, o leer, ordenar papeles, placares... Y ahora que se da un encierro forzoso te escuchás quejarte de lo que eso conlleva. Y ahí está el tema. El encierro forzoso. El saber que no se puede salir salvo para el cumplimiento de un servicio esencial para el que se está exceptuado o para hacer alguna compra indispensable genera algo de claustrofobia en algunos casos, si es que no se padece esa fobia, angustia, soledad, desconcierto, incertidumbre y hasta desesperación.
 
Pero también este aislamiento permite conectarnos. En primer lugar con nosotros mismos. Para los que estamos acostumbrados a hacerlo nos lleva a profundizar aún más ese encuentro. Para los que no, es una invitación a preguntarse desde lo más existencial que atañe al hombre en su esencia más pura hasta lo que se vincula con su hacer, empezando por su pensar y sentir.
 
Es una invitación a estrechar vínculos. ¿Con quién o quiénes estás? Si estás sin compañía más que la tuya es una excelente oportunidad para encontrarte y reencontrarte una y mil veces. Mi mundo y tu mundo no van a hacer iguales después del coronavirus. Y menos durante, mientras transcurra nuestro aislamiento. Si estás con familiares o tu pareja, seguramente podrás hablar de temas que pasan inadvertidos o se soslayan en la vorágine diaria. Podrás estar más atento a lo que les pasa, cómo están, saldrán temas de conversación que te harán sentirte más próximo al otro. Podría ser que se estuviese dando todo lo contrario a lo que te estoy planteando. Si así fuese sería interesante replantearse qué sucede y por qué, cómo rearmar ese vínculo de ser necesario y, de no poderse, más allá de todo esfuerzo y buena voluntad, amorosamente resolverlo de la mejor manera posible para todas las partes involucradas.
 
Este tiempo te permite pensar en tantas cosas... Incluso direccionar pensamientos y ordenarlos centrando nuestra atención en los más elevados y positivos es una noble y útil tarea para nosotros y los que nos rodean que, desde ya, se van a ver beneficiados. El establecimiento de una rutina ayuda. El entrenamiento del cuerpo, la mente y el espíritu son aún más necesarios en este contexto. Ejercicios que en cada una de estas áreas nos permitan estar en eje y emocionalmente estables. Meditar, rezar, no sólo mantienen limpio nuestro campo energético sino que también, al hacerlo, lo hacemos con los demás.
 
Estudiar en casa, trabajar desde casa, mantenerse ocupado en horarios que impongan una rutina a respetar. Ejercicios físicos, lectura, pintura, baile, música, arte, tocar algún instrumento, aprender algo nuevo. Además de las tareas habituales de la casa.
 
Estamos aislados pero podemos estar conectados entre nosotros. La tecnología es un gran instrumento hoy. Pensemos que en otros momentos de nuestra historia esto no era posible.
 
El aislamiento se da en muchos países del mundo. Además de la tecnología que conecta hay gestos que suman, que unen, que dignifican la difícil situación que atravesamos. Estamos todos juntos.
 
Ayer por la noche, a las 21 hs en punto, una vez más , mis hijos ponían el parlante a disposición del edificio y parte del barrio para escuchar el himno nacional. Gritaban, una vez más, “Viva Argentina” “Vamos Argentina”. Una vez más, todos aplaudíamos. Y, una vez más, yo me emocionaba hasta las lágrimas.
 
Por eso no entiendo la actitud de los que no acatan un decreto de necesidad y urgencia impuesto por las circunstancias. Para cuidarnos y cuidar al otro. No entiendo los que circulan sin permiso bajo cualquier pretexto, los que tratan de burlar los controles policiales, los que se fueron de sus domicilios pensando que éstas eran unas vacaciones. No entiendo a los que no cumplen la cuarentena recién llegados del exterior, sobre todo de países como Italia y España así como los que han estado o están en contacto con ellos. Si todos fuésemos responsables no habría denuncias ni detenciones. Y las hay.
 
El gobierno está haciendo muy bien las cosas. Está adoptando medidas que son preventivas y también aquellas que conducen a actuar protocolarmente en cada caso de sospecha o enfermedad. Y cada gobierno distrital acompaña y adopta las propias y más urgentes.
 
Lo que sé es que somos muchos más los que cumplimos con lo dispuesto, los que nos cuidamos y cuidamos, los que sumamos con nuestra conducta y aplaudimos después que suena el himno a las 21 hs, a los que nos ayudan con sus tareas sanitarias.



Por María Belén Aramburu 

 

 

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